jueves, 17 de marzo de 2011

El lugar que querías está muerto para ti. No
hay lugar. Extranjero como un jeroglífico
en un muro de mil años, egipcio. La gesta
está cerrada, Mío Cid salió de la ciudad. Por
el tiempo el poema avanza como un pájaro:
siglo XVI, San Juan. La frase aún fresca
en el aire, el aire de la noche oscura en la cara,
el escarabajo sobre la piedra pulida, tiempo atrás
y en vaivén. Más despacio. Abril abrió con
ventarrón, los tejados gotean, el pájaro solitario
se queja. Dos de sus virtudes: que pone el pico al aire;
que no tiene determinado color. La historia se reitera
en cualquier lugar, como un brillo de luciérnagas
en un campo nocturno. La historia ínfima, la de la fe. Y
acecha y escucha y el búho dichoso dice "búho,
búho". No hay tiempo: hay heridas, un tajo
bajo el sol, al ritmo del trote del tejón. 
Poca cosa en el mundo con utilidad
todavía: la luna, María. Una
sobre otra con su luz vacía, el cuarto
menguante cada vez con menos cosas, los
muslos menguantes cada vez con menos manos, el
óvalo del rostro que rueda por la sombra. "Espérame
un año y verás: será distinto por la estrella el
destino". Luna de estío, estilo de brillar barroco, el
hueco de la noche se hace día, dices. Pero lo que no
dices y tal vez deberías es que no hay talismán que
frene el maleficio de no estar contigo, aquí
en la maleza de sonidos voló el ave que consuela.
No te fíes de los infieles
filos de la realidad, reata
para un pura sangre que no existe: álzate
azabache, que te corta el hacha del sentido.
Cómetelos,
cómetelos. La identidad
está en los dientes, en estos
dientes, en estos días enteros de poesía
sin clientes. La casada está sola, abandonada
con su abanico. Y el abanico solo con su aire
rodeado de picos, que es por donde sale el canto
sin idea. Canto porque sí, porque es de día.
Sabías que era así, siempre con árboles. Tanto
era así que una vez había una voz que decía:
"cómetelos, cómetelos. La identidad está en los
dientes". Días raros de poesía sin clientes.